
Hērōïs
Tu vuo’ saper di quai piante s’infiora
Questa ghirlanda, che’ntorno vagheggia
La bella dona ch’al ciel t’avvalora…
Paraíso, X
Primero
fue el temblor.
Por la Puerta del Oeste, verás la
mano izquierda levantada,
las astas hacia el cielo,
la boca y la moneda.
Verás la ciega
barca y el mar vinoso,
gavillas y amapolas en sus brazos.
Cuando pregunte dile
que aún crecen las flores entre las hoces de Trépani,
pero que tú en vano has sido hecho hombre para cantar la primavera.
Allí,
la rama del granado
temblando en tus pestañas.
Su mano,
abierta como un sueño
—y cómo vivir con las venas llenas de sangre—
su mano blanca,
abierta
como un sueño.
Ya Vienen.
Mirad ahora vosotros su cabeza baja,
las rejas de su piel,
los poros y las huellas de su cárcel.
Sus ojos,
fatigados de sol,
ya no le sirven,
la vida no le sirve.
Ahora ve su rostro como un orante ve la tierra y
eso basta.
Deja caer los párpados,
tu cuerpo entre las cosas.
No preguntes si te esperan,
porque qué importan las flores de Trépani;
las caras sobre las que el sol incide.
Olvidarás tu nombre cuando vuelvas, pero
eso qué puede importarte.
Por la Puerta del Oeste,
hijo del hombre,
Ciego como los que ven a Dios
Verás la flor que arde entre las aguas.
