Apartará,
caminando descalza, en la madera,
la noche de tu frente
como un beso.
Ya sé el peso del frío,
el último botón y los cordones,
el dedo sobre el sello en la garganta.
Y sé la tarde triste,
el polvo del cemento alzándose,
colgando por los dientes del cordero,
un fin ante el que ceden los destinos.
Y sé que allí,
detrás de todo, tiembla inagotable
la sangre entre los dedos de la aurora,
sobre la arena justa y fiel y blanca.
Y escucho entonces como un trueno: «Ven.
Ven, tú que vives,
conocerás el fin como un recuerdo».
Nada se oye.
Quizá porque es de día como un grito
porque después de cada fin del mundo,
desde el último vientre de la Noche,
rugirá su desierto otra mañana.
Invadirá la tierra un todavía.


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