I

¿Has oído, Aglauro?
Descansa tu paso y escucha
a través del alambre de tus párpados.
Alguien eleva otra canción
con palabras sobre otras partes
donde reposan los suspiros,
cansados ya de súplicas y ruegos.
Esfuérzate, Aglauro.
¿Oyes el llanto?
Algo dice sobre otras aguas
que bañan las cenizas de las túnicas,
donde la laboriosa cuesta acaba
y nada hay que esperar —porque ya es todo—,
y nada está pendiente de tu suerte o de tu lucha,
y nada elevará tu humano acto,
y tu lugar es tuyo y allí nadie,
y nadie puede nunca arrebatártelo.
Donde ningún pesado destino se asienta
y se debate a tus espaldas,
donde ninguna responsabilidad se quiebra en tus pisadas,
donde no haya por qué tratar de huir,
y donde nunca más pedir perdón,
y donde nunca más tener más miedo,
y donde nunca más tener memoria,
como ramas del árbol que seremos.
Camina sobre púrpura entre ruinas
aquél que ya no teme quebrar nada.
Abandona en su puerta tu carga y descansa.

En el infierno, Aglauro,
alguien llora.
Nadie recuerda el nombre de Dios.
Y nadie ha de cargar con su esperanza.


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